Admirando la calma y el dominio

Observé con asombro cómo McClain manejaba la situación con una maestría tranquila que parecía casi sin esfuerzo. El caos que se había ido acumulando se disolvió mientras él permanecía firme, sereno e inquebrantable. No necesitó alzar la voz ni flexionar los músculos; su mera presencia fue suficiente para disipar la tensión en el ambiente. Era un tipo de poder raro, uno que no se basaba en la intimidación o la fuerza, sino en la capacidad de mantenerse firme frente a la imprevisibilidad tormentosa.

En ese momento, me di cuenta de cómo se veía el verdadero poder. No se trataba de controlar a los demás con agresión o gestos ruidosos; se trataba de mantener la compostura, de inspirar respeto sin exigirlo. El dominio silencioso de McClain era el tipo de autoridad que calmaba el ambiente a su alrededor, eliminando la tensión del espacio hasta que solo quedaba la paz. Era una especie de calma que, una vez vista, hacía que todo lo demás pareciera innecesario.

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